El Caballero de la Pluma Errante

donde las palabras encuentran sentido


Por si acaso XII

Cuando su paciencia está llegando al límite aparece la rata de alcantarilla, mirando a todos lados como un cervatillo asustado. En la fachada brumosa de la casa un rectángulo luminoso contrasta nítido y fugaz, el tiempo suficiente para descubrir una silueta ataviada con largo gabán y capucha ajustada sobre la cabeza. Lo delata su intensa cojera al caminar, fruto de un tiroteo con un clan rival. Sube a un lujoso automóvil de marca extranjera y enfila la Gran Avenida de la ciudad. Piotr lo sigue, cauteloso, furtivo, invisible. El Comisario no se percata de la persecución absorto en sus pensamientos, pues no intenta ninguna acción evasiva. Al cabo llega a su destino. Un moderno y céntrico complejo inmobiliario donde disfruta de un lujoso apartamento.

En tanto el vehículo del Comisario enfila el garaje del edificio, Piotr aparca el suyo frente a la puerta de entrada. Se apean y entran al zaguán. Les sale al paso un uniformado portero; qué manía de vestir a los porteros, piensa Dimitri, en los edificios de los nuevos ricos con uniformes extravagantes cual héroes de opereta barata.

– Buenas tardes, señores. ¿a quien desean visitar y a quien debo anunciar?

– No va a anunciar nada, ni a nadie. Así que dígame, amigo, respondió Piotr con un brillo asesino en sus negros ojos. ¿Cual es la casa de Vasili Poliakov, el Comisario Jefe? El portero se percata de la helada mirada de Piotr y cae en la cuenta del peligro que corre.

– En la cuarta planta. Sí, en la cuarta; toda la planta es su casa.

– Está bien, amigo. No has visto nada, no has oído nada, no has dicho nada.

– No, Piotr, no. Recomiéndale silencio con una sola palabra. Una palabra contundente que, por si acaso, le convenza para siempre. “¿Cómo habrá conseguido este funcionarucho de mierda este apartamento? Sin duda es cosa del Don. Favor por favor, o por favores”.

Los ojos del portero se abren como platos, cuando aparece ante su frente de la mano de Piotr, como por arte de magia, una Browning calibre 9 mm. ¡Tump! dice la Browning, como el descorche de una botella de champán francés con sordina. La cabeza del portero da un brusco salto hacia atrás y se desploma sin un quejido, con un tercer ojo, pasmado, en la frente. Piotr recoge al hombre del suelo y, con la ayuda de Dimitri, lo deja en el sillón tras el mostrador del zaguán. Sobre el inmaculado mármol blanco del piso, una flor roja contrasta brutalmente cual clamoroso testigo del hecho.

Suben juntos a la cuarta planta. En todo el rellano sólo hay una puerta de caoba maciza, de doble hoja tras la que se escucha, a toda potencia, a María Callas interpretando «Casta Diva».

– Me encanta María Callas, Piotr, encuentro que canta divinamente. Como una diosa ¿Estás de acuerdo conmigo?

– Claro claro, me gusta mucho, pero la que más me impresiona es su ejecución de la «Mamma Morta».

– Sí, tienes razón. Esta no parece ser una buena interpretación suya, ¿o será una mala grabación? Circulan por ahí grabaciones piratas de una calidad desastrosa. En fin…

Dimitri pulsa el timbre de la vivienda y, sorpresivamente, el mismo Comisario Jefe es quien les abre la puerta coincidiendo con el crescendo de «Casta Diva».

–¿Quien…? ¡Hombre!, el mismísimo Dimitri Smolensko, en mi casa! ¿A qué se debe su visita, señor…? El inicio de una sonrisa irónica se le congela en la boca cuando la Browning de Piotr apoya el silenciador del cañón, aún caliente, entre los ojos del comisario.

–Quien hoy habla y hace las preguntas soy yo, Comisario Jefe. Así que, Vasili Poliakov, siéntese en aquel sillón tan moderno, calle la boca y no vuelva a abrirla si yo no se lo digo. ¿Está claro? Los ojos de Dimitri no expresan nada. No asoma a ellos ni el más nimio de sus pensamientos, de sus temores o anhelos. Son de puro hielo azul. El Comisario trastabilla al retroceder. Cojea ostensiblemente dos o tres pasos y se deja caer, pesadamente, en el sillón indicado.

– Piotr, revisa toda la casa. Pero antes quítale a este mierda la herramienta. Lo comprende, ¿verdad comisario? Piotr cachea al comisario, le requisa una automática que el comisario no ha tenido tiempo de guardar, se la entrega a Dimitri y, tras dejarlos solos, comienza el recorrido de la vivienda.

– Comisario, es usted menos que nada y lo sabe ¿no es eso? Dimitri continua con su exposición sin esperar respuesta. Sí, claro que lo sabe. Se introduce en mi casa, golpea y deteriora hasta dejarla inservible una de mis mejores propiedades y, además, tiene la desfachatez de amenazarme. Es un comemierdas que no se atrevería a hacer nada de eso si no tuviese un apoyo, un verdadero y gran apoyo detrás suyo; si alguien muy poderoso no lo protegiese. Porque sabe perfectamente quién soy yo. ¿a que sí? Así que aquí tenemos al Comisario Jefe que protegido por alguien poderoso, muy poderoso y escudándose en su condición de jefe de policía, se cree con derecho a avasallarme y amenazarme. Pero a mí, a Dimitri Smolensko, no me amenaza nadie. ¿Lo ha oído? ¡NADIE! Ni siquiera un mierdecilla como usted aunque le mande y apoye el Don. Porque Semion Mogilevich está detrás de todo esto, ¿verdad? Pretende callarme o me lanzará encima la poli como una jauría de perros rabiosos. ¿ESTOY EN LO CIERTO, COMISARIO JEFE?

El Comisario Jefe, incapaz de articular palabra, lívido, suda copiosamente. Sabe que esta vez está en una situación comprometida y su única esperanza es el dominio que está convencido, ejerce el Don sobre sus jefes. Tampoco esta vez espera respuesta Dimitri y tras una pausa teatral, continua con su razonamiento.

– Así que aquí estamos: tú, que te has pasado de la raya; el Don que me envía un mensaje claro del cual eres portador; y yo, que debo mantener mi prestigio. Ampliándolo si es posible, aunque la situación sea dificultosa en grado sumo. Sé que debo mandarle un mensaje claro al Don y se también que tú, mierdecilla, debes ser el mensajero. Pero tengo un problema, ¿comprendes, rata de cloaca?, no puedo dejar que vayas por la calle pregonando que me has jodido. Que entre el Don y tú habéis jodido a Dimitri Smolensko. Eso es, sencillamente, inviable. Por tanto amigo mío, ¿qué debo hacer? Aconséjame por favor. No no, no digas nada. Podrías estropearlo todo y yo me enfadaría mucho, mucho; no sabes cuánto. Dimitri ofrece su espalda al Comisario en un amago de marcharse.

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